jueves, 2 de mayo de 2013

Madre.

Tantos poemas a la madre se han escrito
y aun así queda insatisfecho el corazón,
es porque la madre es el ser sublime
que no ha podido tocar la inspiración.

Es el otro origen de la vida y sus atajos,
es el  otro origen del mundo que nos hace ver,
no solo por ser sus frutos anhelados,
sino también los testigos de su ser.

En mis noches de tristeza la busco y la encuentro,
en mis noches de alegría la busco y la venero;
no puedo alejarme de su aureola
porque me hace hijo verdadero.

Sólo Dios sabe del valor que le confiara
para colmarla de paciencia ilimitada,
para soportar las espinas y desprecios
que recibe en su afán de ser beatificada.

lleva en su sangre el néctar armonioso
y la elocuencia en sus pasos al andar,
tiene el himno orquestal de los preceptos
que humanizan al hijo que la sabe respetar.

En ella tenemos la esencia de la vida
y el predicado de nuestra existencia peculiar,
la que a veces hemos marginado
sin importarnos que nos pueda condenar.

Todo por perderse los valores
que ella con amor nos heredó;
nos hemos vuelto mustios y cobardes
que preferimos el mal por lo santo que nos dio.

Así es nuestra mente desquiciada
que no percibe lo que es la madre;
somos tan pobres, ilusos e insensatos
a causa de la vanidad que nos aturde.

La oración es benevolente y poderosa
que podría cambiar nuestro egoísmo;
en honor de la progenitora consentida
que sin miseria nos dio su sangre en silogismo.

No se requiere de gran filosofía
para degustar el paraíso maternal;
sólo de un corazón sensible y bello
que tenga de Dios lo principal.

La vida se deshoja cada día,
algunas estrellas se apagan en silencio,
así es nuestra madre que se va yendo
por el sendero de su lumínico cansancio.

Ante este diluir ineludible y santo
debemos de brindarle galas, menos vanidad;
sin olvidar la comprensión en sus tristezas
o la sonrisa en su bella soledad.

Así, en el postrer futuro
no habrá en nosotros algún resentimiento;
solo habrán recuerdos jubilosos en el alma
y testimonios en nuestro sutil entendimiento.

Autor: Rodimiro Gramajo Rodríguez.






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