Amelia mi melona, asi yo te nombraba,
madrecita de mi vida te saludo
porque se que donde estas me escuchas
y aqui quiero exponer el presente
no como agravio, sino valorar tu existencia.
Viajecitos que hicimos de la loma a Palmira,
tú, con tu canasta de sagrados alimentos,
yo, con mi enzarta de panela en la espalda
que servía de endulce a ese rico cafecito.
Varias veces yo veía en la plaza de Palmira
esos lindos zapatitos que en las noches los soñaba
y sabiendo tu escacés, no pedía nunca nada;
llegábase domingo, otra vez los admiraba.
En el lugar que tu supiste recogí un parito,
uno estaba completito, pero el otro
media suela de la punta despegado,
de izote hice pita y la trompa le amarré.
Muy valiente y alegre ante ti me presenté
y pensando que sería alegría para tí,
mas si hubiese sabido lo que ahí sucedería
por mi Dios, madre mía no me hubiera presentado.
Tu carita de tristeza y tu rostro bien mojado
de lágrimas de madre por no poder conceder
lo que el niño necesita de este mundo material;
más lo que si te digo madre mía:
tu corazón fue mi mayor tesoro
Las gallinas y los gallos nos pusimos a correr,
prontamente con esmero los vendiste,
en silencio lo tuviste, hasta el próximo domingo
con dinero de tus aves me compraste
mis primeros zapatitos.
Zapatitos que yo quise y cuidaba con cariño
no queriendo terminarlos en domingo los calzaba,
de la loma a Palmira me sentía un tractor
y tú, madre de mi vida alegría yo te daba,
pues mirabas que mis ojos ignoraban ya esa venta
de los lindos zapatitos que yo, ya puestos los andaba.
Pronto muy pronto mi tesoro
en el cielo junto a Dios yo te veré
y ahí a carcajadas de esta historia reíremos
sin zapatos y alfombras que comprar
nuestros pies el suelo ya jamás han de tocar.
Autor: Juan Antonio Monterroso Villatoro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario