La música es bella desde su nacimiento,
principalmente cuando llega hasta el alma,
no digamos cuando la exhala una armónica
que ha roto los enigmas del tiempo verdadero.
Ahí está Carlos Enrique Celada Coronado
educando los corazones bellos y sensibles,
sin dejar oculto o marginado un lívido suspiro
que estuvo escondido allá adentro, sin poder salir.
Con su sublimidad, está música vuela hacia lo alto,
hipnotizando los altares de la misma gloria,
algo así, como una magia jamás creada
sin conocer la metamorfosis de lo excelso.
No hay corazón alguno que se oponga a este arte
que forma el corolario que el diapasón inspira
cuando también fue creada la inspiración y el arpa
no digamos las notas del himno increado.
Todos nos deleitamos con estos acordes especiales,
todos nos diluimos en su intangible melancolía,
como cuando suena "Clavel en Botón" o "Luna de Xelajú"
al compás de besos enamorados por ahí vertidos.
Es apacible cuando expresa su inocencia en su descanso,
algo así, como cuando las nubes se deshacen en el cielo,
cómo cuando el colibrí succiona el néctar de las rosas
para hacer música con el vibrar de su aleteo.
Es algo grande que Quetzaltenango tiene en sus entrañas,
para estar por siempre en las alturas sin permiso alguno,
sólo hay que tener un poquito de alma e inocencia
para darle su lugar entre los pentagramas tan sagrados.
Es que ese es el lugar de esta armónica viajera
donde nadie no podrá nunca perturbar sus alvéolos,
dónde se esconde la fantasía real de su elocuencia
para robarnos lo más íntimo de nuestra dulce vida.
Yo la elogio porque entiendo su lenguaje singular,
porque arrulla y lo vuelve a uno humano estelar,
nos hace viajar por mundos desconocidos y especiales
para retornar a la verdadera realidad de nuestra vida.
Por eso, Carlos Enrique Celada Coronado y su sentimiento,
quedará en los pergaminos de Quetzaltenango y el mundo,
porque ha sabido llegar hasta el Olimpo que otros no conocen
por carecer de intuición y dialéctica sagrada y musical.
No se necesita ser filósofo o incrédulo en las ciencias,
sólo es necesario elevar los ojos más allá del firmamento,
porque en él se esconden los dilectos de una nota y un verso,
también los faltos de razón y algún palpitar del corazón.
Quiero imitar con mis versos esa música que no muere nunca,
pero, ha sido bautizada por las manos celestiales que la hicieron,
pero me conformo con mencionarla y decirle que la aprecio
y que no es otra cosa que una oración "que educa y enamora".
¡Salud! A su intérprete que la hizo suya en los puntos cardinales,
para humanizarnos y hacernos sus adeptos en cada soplo,
cómo el que Dios usó para crear el mundo que es su cuna
y algún día la habrá de llevar otra vez a sus entrañas terrenales.
AUTOR: RODIMIRO GRAMAJO RODRÍGUEZ
Quetzaltenango, 14 de diciembre de 2018.
No hay comentarios:
Publicar un comentario